Seguro que has oído hablar de ella y la padeces estoicamente día a día. Hablamos de la obsolescencia programada, que hace que los productos que adquirimos cada vez duren menos. La fecha de caducidad de multitud de artículos es premeditada y ya casi es una cuestión que nos pasa inadvertida, pues nos hemos acostumbrado a ella. Esta acción de la industria busca que un producto resulte inútil en un momento de su vida preprogramado o en un volumen de producción determinado, por lo que habremos de adquirir otro. Qué remedio.
Este tipo de producción nos hace meditar sobre si un sistema económico basado en el consumismo exacerbado tiene sentido y es asumible Los costes de la investigación que llevan a cabo las empresas para dilucidar la caducidad que deben imponer a sus productos es escalofriante. Pero… ¿qué sentido tiene fabricar productos infinitos en un planeta con recursos limitados? El debate alrededor de esta cuestión está abierto y cada vez más vivo, ya que es complicado equilibrar una venta ética con la perdurabilidad de los fabricantes si los productos duraran para siempre. Hay quien ha propuesto que las bombillas, elemento obsolescente por antonomasia, se pagaran anualmente en el recibo de la luz, y circulan otras muchas originales ideas que no han acabado con el problema.
Lo que buscan las empresas con esta obsolescencia programada es controlar que los artículos comprados renuevan cíclicamente su caducidad para que el usuario los tenga que volver a adquirir. Atrás han quedado los productos que duraban para siempre, que nuestros abuelos mostraban con orgullo y que incluso podemos haber heredado en perfecta forma de funcionamiento. No entendemos cómo bombillas de hace dos generaciones siguen brillando cuando las que hemos comprado hace poco tiempo ya se han fundido. La culpa de ello es una obsolescencia minuciosamente planificada por el productor. Como detalles apuntaremos que actualmente la vida medio de una bombilla es de 1000 horas, detalle fijado por consenso en 1924 por la totalidad de fabricantes. Es el sino de los tiempos.
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